De estrella del baloncesto a monja de clausura, su historia llega a ESPN
Hace 28 años Shelly Pennefather era una joven promesa del baloncesto con miras a firmar un contrato por 200 mil dólares anuales; sin embargo, siguió su llamado a la vida de clausura y ahora su vida ha sido destacada por ESPN, una de las principales cadenas televisivas de deportes del mundo.
De joven jugaba en la escuela secundaria en Bishop Machebeuf, en Denver, y ganó tres campeonatos estatales. Tiempo después llegaría al equipo del Villanova gracias a la amistad que hizo con Harry Perretta, entrenador de esta universidad y que le compartió que también tenía había cultivado su devoción a la Virgen María a través del Rosario.
Perretta compartió a ESPN que “al principio era una jugadora de baloncesto muy perezosa que no se esforzaba en la cancha cuando vino aquí”, por lo que buscó comunicarse más con ella.
Sin embargo, durante la segunda temporada Shelly pensó que lo mejor era transferirse; pero su compañera de equipo Lisa Gedaka le preguntó si no había considerado que “tal vez es la voluntad de Dios estar con nosotros aquí en Villanova”.
Shelly se quedó y los éxitos siguieron llegando, pues acumuló 2.408 puntos y rompió el récord histórico de Villanova para mujeres y hombres. Esta marca sigue vigente. Además en 1987 ganó el Trofeo Wade, que se otorga a la mejor jugadora de baloncesto universitario femenino, y luego de graduarse firmó con el Nippon Express de Japón, país en donde ya no volvería a ser la misma.
“El ritmo en Japón fue mucho más lento (el Express jugó solo 14 juegos en el lapso de cuatro meses), lo cual afectó a Pennefather. Lejos de sus compañeros de la universidad y del caos diario de su numerosa familia, sintió nostalgia y estaba sola en una ciudad lejana. Su equipo comenzó perdiendo 0-5. Si terminaban al final de la división, ella necesitaría quedarse en Japón durante otros dos meses para jugar”, relata ESPN.
Es así que en su deseo por volver a casa hizo una promesa: si su equipo terminaba dentro de los seis primeros lugares –lo que le permitiría regresar por esos dos meses- pasaría ese tiempo trabajando como voluntaria.
Al regresar a Japón para la siguiente temporada, Shelly se sentía aún más fuera de lugar, por lo que se mantenía ocupada leyendo libros, aprendiendo japonés o enseñando inglés. Sin embargo, aún sentía un profundo vacío. “Se vio obligada a entrar en soledad. No había nadie más, solo ella y Dios”, expresó John Heisler, un amigo de la infancia.
En una ocasión la invitaron a un retiro y le pidieron leer el versículo de Juan 6, 56, que dice: “Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él”.
De acuerdo con la religiosa, eso cambió su vida. Sintió que Dios estaba allí, a 20 pies delante de ella. Continuó leyendo, y cuando cerró la Biblia, hizo una oración silenciosa. Al día siguiente entró a la iglesia y arrodillada frente al tabernáculo se dio cuenta de que ya no estaba sola. Vio que “providencialmente nuestro Señor simplemente me llevó y me puso allí en ese lugar donde podría desarrollarme”, dijo la hermana. “Sentí que me estaba pidiendo que atendiera su llamado, que es lo más difícil que he hecho. Pero estoy agradecida de haberlo hecho, y aquí estoy. Encarcelada”, expresó.
La hermana Rose Marie afirma que ama la vida que eligió. “Desearía que todos pudieran vivirlo un poco para verlo. Es tan tranquilo. Siento que no estoy subestimando la vida. La estoy viviendo al máximo”, expresó.
Shelly quería dar la noticia a sus amigos más cercanos. Por ello, viajó a Nueva Jersey y Pensilvania para contarles a Lisa Gedaka y a Lynn Tighe.
“Lynn, nunca elegiría esto para mí. Nunca dejaría a mi familia y mis amigos. Pero esto es lo que estoy llamada a hacer. Lo sé. Dios me está llamando. Y lo voy a hacer”, dijo.
No obstante, Tighe, Karen Daly y Kathy Miller, sus compañeras de equipo, querían más respuestas e insistieron en ir al monasterio y hablar con la madre superiora para saber cómo era la vida de una monja de claustro. Luego llegaron al acuerdo de que en 2019 las tres podrían abrazar a Pennefather cuando celebrara su jubileo de plata al igual que la familia.
Otro de los amigos con quien Shelly compartió su alegría fue John Heisler, a quien también le apasionaban los deportes, cómics e historias sobre santos. “Estaba fascinado por San Francisco de Asís, que finalmente ayudó a Santa Clara a iniciar una orden llamada las Clarisas”, cuenta ESPN.
Las compañeras de Shelly solían decir que “ella haría una de dos cosas en su vida: casarse con este chico con el que pasó los veranos o convertirse en monja”.
Si bien Heisler tuvo un interés por la joven, también había recibido el llamado de Dios. Así, cuando se encontraron nuevamente en Virginia, Shelly le dijo que se uniría a las clarisas. Esto fue de algún modo, liberador para su amigo, que podía seguir su llamado sin que algo lo detuviera. Lo ordenaron ocho años después.
El reportaje relata que cuando se despidió de su madre, esta le dijo: “Estaré aquí cuando tenga 103 (años) si puedes aguantar”. “Lo intentaré”, le respondió su hija.
Durante todos los años que siguieron, la hermana Rose Marie ha vivido según las reglas del monasterio, donde las hermanas “duermen en colchones de paja, con hábito completo, y se despiertan todas las noches a las 12:30 a. m. para orar, sin descansar más de cuatro horas seguidas. Están descalzas las 23 horas del día, excepto la hora en que caminan por el patio con sandalias”.
Asimismo, pueden recibir hasta dos visitas familiares por año, con las que conversan a través de una pantalla transparente, y una vez cada 25 años, puede abrazar a su familia. También puede escribir cartas a sus amigos si estos le escriben primero.
25 años después
Si bien la hermana Rose Marie ingresó al monasterio hace 28 años, hizo la profesión de votos hace 25, los cuales fueron celebrados el 9 de junio con una Misa presidida por el Obispo de Arlington, Virginia, Mons. Michael Francis Burbidge, y a la que asistieron su familia, compañeras de equipo, el entrenador Perretta, otros seres queridos y su amigo el P. John Heisler.
De este modo, y sin examinar a la multitud, fijó la mira en el lugar donde estaba sentada su madre y su rostro se iluminó.
Para saludarla se hizo una fila y la primera en abrazarla fue su madre Mary Jane. La hermana Rose Marie extendió las manos mientras ella se acercaba.
Con el P. Heisler se dieron un fraterno abrazo. La monja le dijo “tomamos la decisión correcta”. “No me arrepiento”, respondió el sacerdote.